Nutrición y síndrome
metabólico.
Albornoz López, Raúl; Pérez
Rodrigo, Iciar.
Nutr. clín. diet.
hosp. 2012; 32(3):92-97
Introducción. El síndrome metabólico (SM) es
una entidad clínica controvertida que aparece, con amplias variaciones
fenotípicas, en personas con una predisposición endógena, determinada
genéticamente y condicionada por factores ambientales. Se caracteriza por la
presencia de resistencia a la insulina, asociada a trastornos del metabolismo
hidrocarbonado, cifras elevadas de presión arterial, alteraciones lipídicas
(hipertrigliceridemia, descenso del HDL, presencia de LDL tipo B, aumento de
ácidos grasos libres y lipemia postprandial) y obesidad, con un incremento de
la morbimortalidad de origen ateroesclerótico. Además de la susceptibilidad
genética, el SM precisa de la presencia de otros factores ambientales tales como
obesidad central o abdominal, sedentarismo, dieta hipercalórica rica en
grasas-carbohidratos y tabaquismo.
Diagnóstico.
No existe una definición consensuada internacionalmente, aunque desde un punto de vista práctico y
eminentemente clínico los parámetros más extendidos para identificar el SM son
los propuestos por el Nacional Cholesterol Education Program (NCEP ATP-III) en
20011 y actualizados posteriormente por la American Herat Association2 (AHA) en
2005 (Tabla 1). El diagnóstico se establece cuando están presentes tres o más
de los determinantes de riesgo que se mencionan en la tabla 1.
Fisiopatología.
La obesidad juega un rol preponderante ya que el tejido adiposo, sobre todo el
visceral o abdominal, es muy activo en la liberación de distintas sustancias:
ácidos grasos, factor de necrosis tumoral α (FNTα), leptina, resistina, factor
inhibidor de la activación de plasminógeno (PAI1), IL6, etc. Estos factores
pueden favorecer la aparición de un estado proinflamatorio, de
RI
y/o de daño endotelial. Por otro lado, la obesidad tiene una estrecha relación
con la resistencia a la insulina.
Tratamiento
dietético. En primer lugar deberían realizarse modificaciones en el estilo de
vida (disminución de peso, dieta y actividad física) y solamente utilizar
tratamiento farmacológico cuando las medidas anteriores sean insuficientes. La
pérdida de peso tiene una importancia primaria en el manejo del SM. Esta
reducción de peso debe resultar de una menor ingesta calórica (con disminución
de 500-1000 Kcal/día) y de una adecuada actividad física que aumente las
pérdidas energéticas, además de una modificación de la conducta a largo plazo. Como
regla general, las personas con SM deben adherirse a un contexto de hábitos
dietéticos basados en una dieta con baja ingesta de grasas saturadas, grasas trans
y colesterol, reducción en ingesta de azúcares simples y aumento en la ingesta
de frutas, verduras y cereales.
Conclusión.
Tanto el SM en su conjunto como los componentes que lo configuran de forma
aislada, se relacionan con un aumento del riesgo cardiovascular. El tratamiento
y el control de cada uno de ellos pasa por la modificación de los hábitos de
vida. Aunque existe controversia sobre la dieta óptima para estos pacientes, la
evidencia científica recomienda dietas con bajo contenido de hidratos de
carbono, alimentos de bajo índice glucémico, ingesta de fibra, soja, frutas y
verduras, reducción del contenido de grasas saturadas, trans, colesterol y
aumento del contenido de MUFA y PUFA en la dieta, necesitándose más estudios
para confirmar el papel de las sustancias fotoquímicas
en el tratamiento y prevención del SM.
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